Sin embargo, en mi caso, esos regaños no eran solo palabras; eran lecciones disfrazadas de dureza. Mi padre no me hablaba para lastimarme, lo hacía para prepararme, para enseñarme que la vida no siempre es justa, pero uno debe enfrentarla con la frente en alto y sin miedo al trabajo duro.
Hoy agradezco cada palabra, cada mirada seria, porque detrás de ellas estaba el amor de un hombre que sabía que, aunque me doliera, me estaba moldeando para ser más fuerte que las adversidades. Gracias, papá, porque en tu manera de amar me enseñaste a nunca rendirme.”
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