sábado, 5 de julio de 2025

Mi mente es como un jardín

A veces, cuando me siento en silencio o cuando algo me sale mal, empiezo a escuchar lo que hay en mi mente. 

No palabras fuertes ni gritos… son frases suaves, pero repetidas, como susurros que me acompañan. Y me doy cuenta que hay días en que esas frases son pesadas, tristes, oscuras.

Siempre me pasa lo mismo… no soy suficiente…. Dios no me escucha… esto no va a mejorar… no puedo perdonar.  

Y entonces me vino esta imagen sencilla: mi mente es como un jardín. Y cada pensamiento que me repito es una semilla. Lo que dejo allí… crece. 

Si me repito cosas feas, se enredan como malas hierbas. Si me repito cosas buenas, poco a poco florecen.

Así como en un jardín no todo brota al instante, lo que pienso tampoco me cambia de un día para otro. Pero si me paso días, semanas, incluso años, repitiéndome cosas tristes, no es raro que me sienta apagado por dentro.

Y no estoy diciendo que tengo que pensar en que todo es lindo y está bien todo el tiempo. No se trata de negar lo que me sucede o duele. 

Se trata de ser consciente de lo que me estoy diciendo cuando nadie me oye. Porque ahí es donde muchas veces empiezo a perder la paz o a recuperar la fe.

Jesús lo dijo con toda claridad: “El árbol se conoce por sus frutos” (Mt 12,33). Lo que hay dentro de mí, lo que dejo crecer en silencio, tarde o temprano se nota. En mis palabras, en mi cara, en mi ánimo, en la forma en que trato a los demás.

Y yo no quiero ser un jardín seco, lleno de quejas o de miedo. Yo quiero que en mi interior haya un espacio bonito, sencillo, lleno de paz. No porque mi vida sea perfecta, sino porque he aprendido a sembrar bien.

Por eso, en lugar de repetirme: esto nunca va a cambiar, me digo: todo tiene su tiempo.

En lugar de pensar soy un fracaso, me repito: Dios no me suelta de su mano. 

En vez de pensar no puedo más, me susurro: el Señor es mi fuerza 

En lugar de pensar que ya me cansé de perdonar, me digo: en el Nombre de Jesús yo te perdono que Dios te bendiga. 

Al principio cuesta, pues estoy tan acostumbrado a regar las mismas ideas que cambiar parece imposible, pero no lo es. Es como limpiar un terreno descuidado: con paciencia, con cuidado, con Dios al lado, todo jardín puede volver a florecer.

Y si un día me gana la tristeza o se me olvida cuidar mis pensamientos, no pasa nada. Vuelvo a empezar. Porque Dios no se cansa de ayudarme. Él es ese jardinero paciente que no se asusta por la maleza, ni se rinde si hoy no floreció nada. Él sigue creyendo en mí y me invita a hacer lo mismo.

Por eso me decido: “No se amolden a este mundo, sino transfórmense por la renovación de su mente.” (Rom 12,2)

Señor, cuida mi jardín interior, pues a veces mi mente se llena de pensamientos que me apagan. Me digo cosas que no me ayudan, me repito frases que me duelen. Quiero aprender a cuidar mi jardín interior.

Ayúdame a estar atento a lo que siembro, a no alimentar el miedo, la rabia, el resentimiento o el desánimo y a dejar que crezcan en mí la fe, la paz y la confianza.

Quiero pensar con tu luz, verme con tus ojos, hablarme como tú me hablarías: con amor, con ternura, con verdad.

Si mi jardín interior está seco, ven Señor y riega mi alma. Si hay malas hierbas, ayúdame a arrancarlas con valentía. Haz de mi mente un lugar donde tú puedas habitar con alegría.

Lee, medita, ora y comparte 

P. Óscar

No hay comentarios:

Publicar un comentario