miércoles, 25 de septiembre de 2024

Estoy sujeto a mí y a los demás

Ser sujeto, significa, primero que todo, que estoy sometido a mí mismo, a mis decisiones, a mi responsabilidad frente a mi propia vida; la primera sujeción es indudablemente de primera persona: yo. 

Por tanto, no puedo endosar a nadie mi situación, así como tampoco puedo culpar a otros del nivel en el cual estoy.

En segundo lugar, dicha sujeción es con respecto a los demás; estoy sujeto a la vida de las demás personas. 

No estoy solo en el mundo, comparto la tierra con otras personas a las cuales estoy sujeto y por tanto las tengo que tener en cuenta, no las puedo ignorar en el momento de to­mar decisiones.

Esta doble sujeción me obliga a tomar decisiones frente a mi vida teniendo en cuenta la de los demás. 

De tal manera que cumplir la maravillosa enseñanza de Jesús: “Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos”. (Mt 7,12)

Si lo que quiero es respeto para mí, debo respetar a los demás.

Si quiero responsabilidad frente a mi vida, debo asumir posiciones responsables frente a la vida de los demás.

Si requiero tolerancia frente a mis ideas, mi singularidad y mi personali­dad, debo asumir también un buen grado de tolerancia frente a la singulari­dad, las ideas y la forma de ser de los demás.

Si necesito perdón por parte de mi prójimo, asimismo debo perdonar los errores y fallas de los demás. 

Tiene sentido la oración del Padrenuestro, cuando dice: “Y perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”.  (Mt 6,12). 
 
Es que esta maravillosa aventura de vivir, se tiene que experimentar en una actitud de toma y dame; yo recibo, pero también doy.

Si quiero que me escuchen, también debo aprender a escuchar. Las opi­niones de los demás merecen mi atención y respeto. Ya está claro que en la diversidad está la creatividad y la riqueza de este mundo.

Si no quiero que me critiquen, no debo criticar a los demás; por lo general lo que uno le critica a los otros, es lo mismo que uno hace; suele ocurrir que vemos nuestros defectos en los demás; pero, sólo los vemos en los demás, sin caer en la cuenta que son los mismos nuestros. 

Si no quiero que anden diciendo cosas supuestas sobre mi vida, debo ser el primero en no suponer nada con respecto a los demás. 

Primero que todo no tengo ninguna necesidad de suponer, porque la vida de los demás y sobre todo su intimidad es muy respetable. 

Y en segundo lugar, en vez de suponer, si necesito saber algo de alguien, debo ir a la fuente y averiguar de primera mano lo que sucede.

Si no quiero que anden calificando mi vida, mi comportamiento y mis deci­siones, lo primero que tengo que hacer es no calificar a los demás; calificar es etiquetar, es marcar, es señalar y no solamente es indebido, sino que es peligroso, irresponsable e irrespetuoso.

Definitivamente no estoy solo en el mundo, estoy relacionado con otros, unidos por la misma sangre, el mismo origen y el mismo destino. 

Vengo de la misma parte y camino hacia la misma meta y tengo que reconocerlo y obrar en consecuencia.

Considerar a los demás, es al mismo tiempo considerarme a mí mismo. 

Por tanto, el mejor camino para conocer, aceptar y comprender a los de­más, es conocerme, aceptarme y comprenderme a mí mismo.

Lee, medita y comparte. 

P. Óscar

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