Con los años es divertido me decía un amigo: soy viejo, no me siento viejo, no pienso como viejo y hago todo mi esfuerzo por no parecer viejo.
Y ahora que estoy jubilado estoy demasiado viejo para conseguir un trabajo, pero quieren que haga todo en casa a todas horas.
Para colmo, me dijo me que soy demasiado viejo para conducir, pero, en proporción, hay muchos más accidentes de tráfico causados por conductores jóvenes que por conductores mayores.
Otro me decía: ¿qué importa cuán sabios sea, cuán bien me conserve, cuán despierto me mantenga, cuán comprometido esté?.
Al fin y al cabo, en esta cultura, cuando uno alcanza la edad de jubilación, todo se cancela. Ahora somos «viejos»... y lo sabemos. Y los demás también lo saben.
Uno decía molesto: Soy viejo, léase inútil, no deseado, fuera de lugar, incompetente. Somos la pandilla que está para el arrastre.
Los personajes ancianos que salen en televisión no son los filósofos de mi época, ni los sabios de antaño.
No, los ancianos de nuestra época son retratados más bien como criaturas frágiles y torpes que caminan con paso inseguro, sin hacer nada, sin entender nada, sin percatarse de nada, rezongando de continuo.
Tales representaciones no son ciertas... y también lo sabemos.
Los prejuicios negativos exageran características aisladas e ignoran por completo los rasgos positivos.
Así, las personas mayores son retratadas como lentas, pero no como sabias o pacientes. Las vemos como enfermas, pero no con tan a menudo como personas que se valen por sí mismas.
Constantemente se les recuerda que olvidan cosas, pero no se dice ni una palabra de que eso mismo le ocurre al resto de los mortales.
Agrupamos a las personas en vez de verlas como individuos llenos de gracia, llenos del espíritu de la vida. No damos oportunidad al cambio.
Un momento difícil en la condición humana es cuando el mundo exterior nos dice quiénes somos y qué somos... y comenzamos a creérnoslo.
Pero no se engañe padrecito, la mayoría de nosotros se dirige hacia el final de la vida luchando con fe al encuentro del Señor.
Mario, sigue haciendo ejercicios y caminatas cada día. Emilio cuida de los nietos que son una amenaza. Luis trabajaba en diferentes organizaciones caritativas por todas partes, día tras día, porque todo el mundo lo quiere.
Eduardo esta al cien en la Parroquia, en grupo de oración y evangelizando.
Teodoro, es miembro del consejo de administración de una universidad y en su día banquero y es agente financiero…
No son prejuicios, somos personas vivas socialmente y comprometidos públicamente y somos necesarios para las comunidades en la que vivimos.
Alfonso concluyó diciendo: Lo que pretendo poner de relieve es que somos los únicos iconos de envejecimiento que los jóvenes tendrán ocasión de conocer.
Lo que les presentamos sobre la marcha les aporta un modelo de aquello que también ellos pueden esforzarse por alcanzar. Les mostramos el camino hacia la plenitud de vida.
Y lo más importante, es que son una bendición los años vividos, donde tenemos la responsabilidad de demostrar que tales prejuicios son falsos y que nuestra vejez tiene su propia plenitud vital.
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P. Óscar
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