Contar con personas en la vida es un regalo de Dios, con ellas comparto las alegrías y las penas y, cuando así lo hago, las alegriaa se duplican y las penas se reducen.
Cuando experimento momentos de felicidad, la risa compartida, los logros comunicados, las oraciones realizadas y las celebraciones conjuntas creo recuerdos que perduran.
Cada vez que un ser querido tiene un logro, un ascenso laboral, una alegría se convierte en una celebración. Los recuerdos compartidos refuerzan los lazos, crean un sentido de gozo y pertenencia.
Por otro lado, las penas son más llevaderas cuando las comparto. Cuando enfrento momentos difíciles, el simple hecho de tener una persona con quien hablar puede aliviar la carga.
Sentirme escuchado y apoyado actúa como un bálsamo para el dolor.
El acto de expresar mis preocupaciones, miedos o duelos frente a alguien de confianza puede llevarme a una mayor comprensión y sanación,
me ofrece consuelo y ayuda hacia mi recuperación.
Ahora bien ser una persona que está presente requiere tiempo y esfuerzo. He de demostrar interés genuino por la vida del otro y estar disponible en los buenos como en los malos momentos.
La comunicación abierta, la confianza, la fe y el respeto construye relaciones sólidas.
Desde la fe compartir alegrías es un acto de gratitud y reconocimiento del gozo que Dios brinda en mi vida.
Estoy llamado a ser un canal de amor, compasión y apoyar a mi prójimo y decirle que no está solo en sus luchas.
Además, el consuelo y el apoyo en tiempos difíciles fomentan la esperanza y la fe, tanto a nivel personal, familiar y comunitario.
Jesús es mi modelo, se rodeó de discípulos, enseñándoles a servir y amarse mutuamente. Su disposición a estar presente durante los momentos difíciles de sus amigos, como con Lázaro y como su celebraciones compartidas como en las bodas de Caná.
Él dijo que: “No hay mayor amor que este: que uno dé su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les ordeno”. (Jn 15,13-15).
Señor, tú que me creaste para que junto a mis seres queridos y hermanos pueda caminar, hoy elevo mi oración por aquellos que me rodean, por mis hermanos de sangre, de alma y de camino.
Enséñame a mirar con tus ojos, a amar como tú amas, a extender la mano sin condiciones.
Y así, con humildad y entrega, te digo: cuenta conmigo. Cuenta con mi escucha si te sientes solo, con mi hombro si cargas dolor, con mi alegría para celebrar contigo, con mi fe para orar a tu lado.
Y con la certeza de que tú, Señor, habitas en el rostro de cada uno de mis seres queridos y mi prójimo, también te digo: Cuento contigo, hermano.
Cuento con tu presencia en los días difíciles, con tu oración cuando me faltan fuerzas, con tu abrazo sincero cuando el alma se cansa.
Señor, une nuestros corazones en el amor verdadero, para que el mundo vea en nosotros tu rostro.
Lee, medita, ora y comparte
P. Óscar
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