Decir y vivir la verdad no siempre es fácil, es un espada de doble filo; puede ofrecer libertad y autenticidad, pero también puede provocar dolor y conflicto.
Vivir la verdad me permite ser auténtico, conduce a la confianza y a la honestidad. Cuando las personas lo saben cuentan con mi sinceridad, se sienten más cómodas y seguras.
Saber cómo decirla implica no solo expresar lo que pienso y siento, sino también considerar el contexto y el impacto que mis palabras pueden tener.
Cuando quiero hablar, me pongo en oración busco el momento y lugar apropiados para comunicar verdades incómodas. Escojo un entorno donde la persona se sienta cómoda y abierta para recibir la información.
He de usar un lenguaje claro y respetuoso, evitando un lenguaje que sea hiriente o despectivo.
Voy a hablar en un tono calmado, con caridad sin y acusaciones directas.
Al expresar mi verdad, también debo escuchar atentamente la perspectiva de la otra persona.
Así como me toca decir la verdad, igualmente he de vivirla. Dedicando tiempo a la autoreflexión identificando mis valores, creencias y lo que realmente importa para mí.
Con la ayuda de Dios mis acciones han de ser coherentes con mis palabras. La congruencia entre lo que digo y lo que se hago refuerza mi credibilidad y autenticidad.
Ser sincero a veces significa mostrar mi vulnerabilidad. Ser honesto sobre mis miedos y debilidades, me acerca a los demás y genera comprensión.
La verdad puede ser dura, tanto para el que la dice como para el que la recibe. Expresar compasión y misericordia abre corazones.
Decir la verdad, puede tener consecuencias. No todas las verdades serán bien recibidas. Me preparo ante las reacciones y mantengo la calma, incluso si la otra persona responde a la defensiva o con ira.
Aprender a decir y vivir la verdad es un camino continuo que implica valentía, oración, reflexión y compasión.
Decir la verdad, como cristiano, no es solo algo que debo hacer, sino una forma de vivir que refleja quién soy y en quién creo.
A veces, decir la verdad implica incomodidad, miedo o incluso rechazo. Pero ahí es donde la fe se pone en práctica. No se trata solo de ser honesto por obligación, sino porque sé que Dios ama la verdad, y que vivir con un corazón limpio trae libertad.
Jesús dijo:
“Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8,32).
Cuando decido ser transparente conmigo, con otros, con Dios, no tengo que cargar con el peso de una máscara o de una mentira.
Y no se trata de ser perfecto. A veces uno se equivoca, a veces calla cuando debería hablar. Pero Dios no busca perfección, busca autenticidad.
Señor, tú eres la verdad y en ti no hay engaño. Vengo delante de ti con un corazón que desea ser limpio, que desea hablar con sinceridad, vivir con integridad y reflejar tu luz.
Ayúdame a decir la verdad, aun cuando me dé miedo. Dame valor para ser honesto conmigo mismo y con los demás.
Enséñame a hablar con amor, sin herir, pero sin ocultar lo que es justo.
Limpia mi corazón de cualquier mentira, de cualquier deseo de aparentar. Quiero ser auténtico, transparente y libre.
Espíritu Santo, guíame en cada palabra y en cada decisión. Y cuando me equivoque, recuérdame que en ti siempre hay gracia y oportunidad para comenzar de nuevo.
Gracias por amarme tal como soy, y por enseñarme a vivir en la verdad que da vida.
Lee, medita, ora y comparte.
P. Óscar
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