lunes, 9 de junio de 2025

Callar los errores, callar los aciertos


Vivo en una época en la que todo se muestra, se dice, se comparte. Desde lo que como hasta lo que pienso, pasando por mis alegrías, frustraciones y logros. 

En medio de tanto ruido, me resuena esta frase: “Es sabio el que calla sus errores, pero lo es aún más quien calla sus aciertos.”

Callar un error no significa negarlo, sino asumirlo con humildad, aprender de él y corregirme sin hacer ruido. 

Hay momentos en que confesar un error es necesario, sobre todo si afecta a otros. Pero en muchos casos, el verdadero aprendizaje sucede en silencio.

El error meditado en oración, revisado a la luz de la conciencia, se convierte en maestro. Lo contrario también sucede: cuando digo mis fallos por necesidad de atención o dramatismo, solo alimento el juicio ajeno o el autocastigo innecesario.

Pedro, negó a Jesús tres veces. No salió a contarlo, no dio discursos sobre su arrepentimiento. Solo lloró en silencio y ese llanto fue su camino de regreso a la gracia.

Si callar los errores requiere valentía, callar los aciertos requiere aún más sabiduría. 

Si es sano que vean mis obras buenas, logros, esfuerzos. Querer compartir lo bueno es natural.

Pero cuando esa necesidad se convierte en vanidad, en deseo de admiración, caigo en un ego disfrazado de bondad.

Jesús me enseña otra lógica: “Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha.” (Mt 6,3)

Es decir, hacer el bien y no anunciarlo. Si actúo por amor no necesito aplausos. Si sirvo de verdad no necesito cámaras. Si vivo con Dios puedo caminar en silencio y con gozo.

Silencio que construye, no que esconde, este silencio no es miedo ni indiferencia. No es esconder la luz debajo de la mesa. 

Hay momentos para hablar, testimoniar, compartir. Pero también hay momentos para callar, y esos suelen ser los más fecundos.

En el silencio, el alma respira. En el silencio, Dios actúa. En el silencio, me purifica de la necesidad de brillar y empiezo a vivir con más libertad.

En definitiva, callar los errores con humildad y los aciertos con humildad espiritual es una forma discreta de sabiduría cristiana. 

Es vivir más de cara a Dios que de cara al mundo. Es elegir el bien por el bien, no por la recompensa.

Jesús me enseña: “Cuídense de hacer el bien delante de los hombres para que los vean: si lo hacen así, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo.” (Mt 6,1)

Señor mío y Dios mío, tú que ves lo más profundo de mi corazón, enséñame a vivir con humildad, a callar cuando el silencio sea más fecundo que la palabra.

Dame sabiduría para reconocer mis errores
sin necesidad de justificarlos ante el mundo, y el valor de corregirme en el secreto contigo.

Que mi arrepentimiento no sea grito, sino conversión sincera. Que aprenda a crecer en el silencio donde tú me hablas.

Y cuando haga el bien, Señor, cuando logre vencer una tentación, cuando sirva, cuando ame, cuando cumpla con alegría lo que tú me pides, que no busque aplausos, ni reconocimiento, ni gloria humana.

Enséñame a callar también mis aciertos, para que sea tu luz, y no la mía, la que brille en mis actos.

Lee, medita, ora y comparte 

P. Óscar

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