miércoles, 23 de octubre de 2024

Cuando el pasado no deja vivir


Leía que no hay que ponerle tanta mente solo a mis errores y fracasos, pues ello no hará sino llenar mi mente de pena, pesar y depresión. Muchas personas viven esta realidad. 

Si yo no enfoco bien mi pasado, este me aguijonea para que eche la vista atrás. Me conduce a cuestionar todo lo que he hecho: 

“Debería haber escuchado a mi madre...; debería haber continuado en la escuela...; no debería haberme casado tan pronto...; debería haberme graduado en cualquier otra especialidad...; debería haber cambiado de trabajo...; debería haber pasado más tiempo con mis hijos, con la familia, en casa...; debería haberme marchado de este lugar, de esta ciudad, de esta vida, desenfrenada o restrictiva, me susurra.

Es una actividad agotadora. Y también peligrosa. Me mordisquea los bordes de la mente, y siento el hastío que comporta. 

Los años han transcurrido sin darme cuenta. Y ahora es demasiado tarde para introducir los cambios que el arrepentimiento exige. 

Demasiado tarde para realizar el viaje con el que siempre he soñado, demasiado tarde para cambiar de trabajo, demasiado tarde para mudarme a la casa que deseaba, demasiado tarde para hacer lo que soñaba… Demasiado tarde para comenzar de nuevo, para hacerlo mejor esta vez. 

Lo peor de todo es que lo que hice o dejé de hacer es una compulsión de echar la vista atrás, de explicarme y explicar a otros porque hice lo que hice o peor aún, de justificar por qué no hice algo distinto, es uno de los caminos más directos que existen hacia la depresión. 

Y es que debo de saber que mis pensamientos, emociones y actitudes son factores determinantes básicos de cómo afrontar la vida. 

Puedo amenazar la calidad del tiempo que traigo al presente.
Esto ya casi ha terminado, oigo decir a mi corazón, y ¿qué hemos hecho con el tiempo?

Poco a poco, el pasado comienza a demandarme tanta atención como el presente. A veces, incluso más.

El pensamiento mal enfocado se desliza hacia el presente. Avinagra también lo inmediato. Roba energía a mis pasos. Donde quiera que esté ahora, sea lo que sea lo que esté haciendo, podría 
estar haciendo algo distinto. 

Luego, la percepción de las decisiones pasadas: de lo que, en su día, dejé de hacer, inicia a sofocar el brillo de lo que hice.

El pensamiento de lo que podría haber sido devora el centro del corazón. 

Pretende no ser más que reflexión, algo así como pasar revista a los años. 

Pero el sentimiento que deja en lo hondo es más de fracaso que de comprensión. 

¿Qué he hecho de mi vida? ¿En qué me he convertido?

Me descubro comenzando a repensar todo lo que he hecho a lo largo de mi vida. 

Un día reaparecen viejos amigos, y empiezo a juzgar mi vida por comparación con las suyas. 

No es tanto que piense mucho en lo que ellos han hecho, sino más bien que pienso en lo que yo mismo no hemos llevado a cabo.

Todo este esfuerzo asesta incesantes golpes en el centro de mi vida. 

¿Por qué hice eso y no aquello, por qué dejé de hacer esto otro? Las luces del alma empiezan a atenuarse. 

La vida adquiere un tono gris que nunca antes había conocido. Me someto a mi mismo al último juicio... y siento miedo de mis fracasos.

Tengo pues que ponerme en manos de Dios y plantearme en oración el superar, aceptar y enmendar mi vida pasada. 

Lee, medita y comparte. 

P. Óscar

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